Qué los ríos vivan

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Comuneras
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51 min readFeb 10, 2021

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Isabel Cristina Zuleta: Ríos Vivos. Ituango-Colombia.

Investigación, cocreación y edición: Lina Marín M.

1-Presentación:

Fragmento de ilustración de Aileen Posada Calle

Nací en Ituango, un municipio ubicado en el departamento de Antioquia, en Colombia. Tengo 38 años. Crecí en una de esas familias muy particulares que hacen que uno desde pequeño se revele, que piense en la posibilidad de un padre que no maltrate, de una madre que no se deje maltratar. No elegimos la familia ni los padres y a veces hay que buscar una familia con la cual sentirse identificado. Por nacer en un territorio tan difícil como Ituango, me fui formando en la posibilidad de disentir: “no, no quiero que me toques, no quiero que me maltrates”. Muchas personas no tienen esa posibilidad de decir no, todavía estamos en todo ese trabajo de aprender cómo hacerlo, para las mujeres, por las situaciones que hemos tenido que vivir, es muy difícil. Lo primero que tuve que hacer fue decir no: “no quiero atender a mi papá borracho, no quiero hacer siempre esto o aquello”. Yo creo que las maneras de ver el mundo se van configurando a partir de las experiencias que tenemos que vivir y que no elegimos. Nos toca nacer en un territorio con unas dinámicas, con unos dolores y el universo lo manda a uno a ese territorio sin mucho chance de decidir nada.

Desde pequeña viví en medio de bombardeos, de desaparecidos, de situaciones muy duras. Hacía preguntas a una familia que no daba respuestas: “¿por qué los niños no pueden salir? ¿por qué hay guerrilla? ¿por que hay bombardeos? ¿por qué hay tantos muertos?”. Si hay algo que mantengo en el tiempo, es la duda y la incertidumbre. Aún a esta edad me mantengo preguntando: “¿por qué no nos dicen la cifra real de contagiados por coronavirus?, ¿por qué nos están diciendo mentiras?, yo no le creo, señor alcalde”. Eso ha hecho parte fundamental de la lucha, preguntarnos por qué a todos los habitantes de este territorio les toca tan duro.

Recuerdo cuando a Ituango llegaron los televisores, eran unos televisores que venían en una cajita que se cargaba con las manos, como en una maleta, eran a blanco y negro. Sólo una familia rica tenía televisor, entonces todos los niños éramos detrás de la niña rica para ver el reinado, cientos de niños detrás tratando de ver en una pantallita. Mi esposo no me cree que yo vine a ver televisión a los 10 años. Mi abuela escuchaba la radio todo el tiempo y ponía noticias, pero yo nunca había visto un noticiero. No se me olvida, que tenía como 11 años la primera vez que vimos noticias en televisión, eso era una novedad. En Ituango siempre ha habido disputas, pero en esa época había una disputa muy grande, intentos de tomas paramilitares y se estaban fortaleciendo las Autodefensas Unidas de Colombia. Entonces vi en las noticias el reporte de enfrentamientos entre los paramilitares y la guerrilla y que fruto de eso había un muerto. Nosotros, los niños, fuimos al hospital a ver los muertos, porque teníamos curiosidad, y vimos que llegaban volquetas llenas de muertos y se armaban grupos de personas para clasificar los cuerpos y encontrar las partes desmembradas y los niños estábamos alrededor para ver eso. Las noticias decían un muerto y yo siempre me quedé con eso ahí grabado, por qué nos mienten, por qué nos dicen que es un muerto si estamos viendo aquí montones.

En los pueblos y en las zonas rurales la situación era muy dura en medio del conflicto, pero también muy bella en medio de la naturaleza. Conocí muchas cosas que la televisión y los encierros le arrebatan hoy a los niños. Y si bien, no podíamos salir cuando había enfrentamientos entre grupos armados, todo el resto del tiempo estábamos en la calle, no se concebía estar en la casa, en el bosque estaba la vida. Las cosas lindas de mi niñez que recuerdo y tengo muy presentes fueron mis abuelas. Mi abuela materna muere cuando yo tenía 10 años, ella estaba muy joven, tenía 50 años y era una mujer supremamente dulce, cariñosa, fraterna. Tenía una huerta de fresas sólo para las nietas. Le encantaba el picante, todas las mañanas hacía preparaciones con picante. Era la más cariñosa pero también la más sufrida, la más golpeada por su esposo, con muchos hijos, sola con esas condiciones tan difíciles. Era de esas mujeres de un solo hombre, que pensaba que uno se casa para toda la vida, “me equivoqué, pero ya no puedo hacer nada”, decía. Encarnaba todo ese sacrificio de familias muy católicas. Pero siempre estaba ahí con una capacidad de soportar tanto y no ser amargada. Cuando se enferma, decide morirse, así me lo dijo: “voy a morir fumando”. Fumaba cigarrillos todo el tiempo. Yo aprendí a fumar desde los siete añitos llevándole el cigarrillo prendido y siempre la tengo ahí, muy presente. Recuerdo ese cariño, esa bondad y esa decisión de morir. Los hijos le dijeron que no podía volver a fumar y ella fumó hasta que se le rompieron los pulmones, yo le llevaba el cigarrillo. Ella no pudo decidir nada sobre su vida, pero al final de sus días tomó una determinación: “mi muerte la decido yo, fumo pues es lo que me gusta hacer y lo que me hace feliz”. Mi abuela paterna, en cambio, fue un referente de romper ese esquema tradicional, tuvo hijos de diferentes padres, no se casó, siempre dijo que había que probar varios hombres para saber que todos estaban mal, hablaba de defenderse sola, de que ella sola era capaz, que no necesitaba de nadie. Fue autónoma, construyó su casa vendiendo empanadas. Una vez me dijo quién era mi abuelo y que la esposa era otra, pero defendía acostarse con quien quisiera. Yo dormí con ella muchos años, nos echaba al rincón para que no nos pasara nada a las niñas, ese era su mecanismo de protección y ahí no entraba nadie. Entonces son referentes muy distantes, pero han estado siempre ahí.

Yo viví hasta los 14 años en Ituango, después salí víctima del conflicto por los paramilitares. Las niñas que iban entrando a cierta edad, a los 12 o 13 años, eran objeto de una situación muy dolorosa, cada grupo al margen de la ley llamaba a las niñas que quería robarse, ya fuera para ser reclutadas, para ser prostituidas o porque un comandante dijo que la quería para él. Los grupos armados se apropian de las niñas y sobretodo de las que consideran bellas según sus patrones. Había alertas en la familia de que un comandante paramilitar me había mandado a tomar unas fotos y en ese contexto, eso tenía un significado muy claro. Por esta razón mi mamá decide que nos tenemos que ir, nos vamos para Tuluá en el departamento del Valle, allá estuve hasta los 16 o 17 años. Luego volví a Ituango, me quedé ahí con mi abuela como dos años trabajando en un supermercado y en muchas otras cosas y ahorrando para entrar en la universidad. Estudié sociología en la Universidad de Antioquia.

Desde la Universidad, todos mis trabajos fuero sobre el conflicto armado, siempre estaba la pregunta de por qué nos pasa esto en Ituango, todo el tiempo estaba volviendo al territorio por cualquier excusa. Llevé a cabo mi práctica académica en Ituango en la secretaría de salud, visité muchas veredas y lo que hice fue andar y andar por el territorio. Conocí muy de cerca la ruralidad profunda que tiene Ituango, conocí un resguardo indígena que queda a tres días de camino, me quedé allá ocho días compartiendo con la comunidad indígena, conocí la población del cañón. Ya desde la universidad yo tenía un mapa de la dinámica del conflicto, pero también de las tensiones de la ruralidad, del tipo de población. De hecho, por eso elijo sociología, porque necesitaba entender esa realidad que todavía no entiendo, pero hago un esfuerzo. En la Universidad empecé a participar en un grupo de mujeres de Ituango víctimas de la violencia. También tuve un acercamiento a la desaparición forzada, yo creo que, de todos los delitos, si se pudiesen clasificar y si hubiera algo medible en términos del dolor, ese sería el más doloroso. Después me gradúo y empiezo a trabajar en un montón de cosas: trabajé en la alcaldía de Medellín, trabajé en los parques biblioteca, trabajé con jóvenes, en ese momento se estaba dando todo el proceso de desmovilización de los paramilitares; trabajé con presupuesto participativo, en una investigación en la Escuela Nacional Sindical y en muchos otros lugares.

2-Los problemas

Fragmento de ilustración de Aileen Posada Calle

Un día me llamó un profesor para decirme que estaban haciendo unos foros sobre mi pueblo, que por qué no voy. Ahí es donde me doy cuenta que van a hacer una gran hidroeléctrica en el municipio. Yo no me di cuenta del tema de Hidroituango en el territorio, aunque seguía teniendo contacto, sino en un espacio académico en Medellín porque supuestamente los que sabían, los expertos, eran los que tenían que decidir. Me llaman a defender Empresas Públicas de Medellín EPM, el patrimonio público que en teoría teníamos los ciudadanos. La Empresa supuestamente estaba en riesgo porque el gobernador de esa época, Luis Alfredo Ramos, decidió sacar a subasta el proyecto hidroeléctrico Hidroituango -del cual yo no sabía absolutamente nada, que esto iba a hacer que EPM se quebrara y que era necesario conformar un frente común para proteger a la Empresa.

Sin embargo, no me llaman a hablar de Ituango, ni del territorio, ni del conflicto. En el escenario de la gente alternativa de Medellín, de la gente que defendía lo público: profesores, académicos, organizaciones no gubernamentales, no se me permitió hacer la pregunta por la pertinencia del proyecto hidroeléctrico, si se quería o no. El marco de la discusión estaba restringido a defender a esta empresa pública y lo que significa para el departamento de Antioquia y para Medellín. Mucha gente me dijo “No, aquí es donde se decide” y les respondí que primero tenía que ir a contarle eso a la gente de Ituango porque no me parecía que un tema tan importante se decidiera en Medellín. Yo les dije que ahí no estaba la gente. Es que la gente no es el que ha venido a la universidad, esos somos unos pocos e incluso nos llegó por casualidad. Si a mí no me sacan de Ituango seguramente nunca hubiera ido a la Universidad porque no estaba en mi cabeza. En mi imaginario estaba una finca, un montón de hijos, un campesino bien lindo o una campesina. Ituango está tan lejos, está a nueve horas de Medellín, a veces nos demorábamos incluso varios días. Ya hoy está más cerca por esa carretera que hicieron para el proyecto. Pero Medellín estaba muy lejos, de hecho, yo conocí Medellín con mi abuela ya cuando estaba enferma de cáncer.

El caso es que propuse armar un foro, ir a los municipios afectados, pero nunca estuvieron de acuerdo, argumentaban que era necesario centrarse en la defensa de EPM pues de lo contrario, si el proyecto se adjudicaba a los chinos, todo iba a ser peor. Hidroituango era indiscutible y siempre ha sido indiscutible. Me sentí sola y fui yo misma a hablar con la gente. Empecé a hacer reuniones de cafetería, de tomar aguardiente, de fumar mucho cigarrillo, mucho tinto y de hablar con los campesinos y decirles: “oiga si, aquí va haber una represa, los van a inundar, va pasar esto y esto”. Y ellos: “como así, y eso por qué, no nos han dicho nada”. Pude armar una serie de foros, uno grande en Ituango al que llegaron los barequeros, la gente del cañón profundo, y ahí nace el movimiento.

Movimiento Rios Vivos

Mi barrio en Ituango es un barrio pobre de la periferia. Por eso yo no tuve mucho contacto con el mundo más urbano del municipio, el de las administraciones y del comercio. Ese era, además, el mundo de mi mamá, y yo rechacé mucho lo que fue mi mamá, que era elegante, bonita, maquillada, que tenía tanto ánimo de aparentar. Y precisamente, lo primero que encuentro en el territorio es que desde el proyecto Hidroituango hablaron con la gente del casco urbano y les vendieron una expectativa de desarrollo. Muchas personas tenían la esperanza de que el proyecto atraería turistas, que se acabaría la guerra, -nunca entendí cómo-, que tendrían a quien venderle, que habría muchos proyectos, que se solucionarían todos los problemas. Para mi fue un choque llegar y encontrar que todo el mundo quería el proyecto, no entendía por qué, tuve que buscar mucho quiénes eran los que realmente iban a salir afectados, porque no era sencillo. Profesores, empleados de las administraciones, del comercio, la “gente de bien”, estaban maravillados. Incluso hoy siguen en esa misma tónica, a pesar de todo lo grave que ha sucedido. Esa gente de lo urbano todavía sigue pensando que el proyecto es lo mejor que le pudo haber pasado y que el nombre de Ituango se conoce gracias a Hidroituango y no gracias a la Masacre del Aro. Hay una diferencia enorme entre ese mundo con el que me encontré y con lo que yo pensaba, creí que toda la gente iba decir que no al proyecto.

En ese momento empecé a entender una cosa: yo nunca había hecho la declaración de desplazamiento forzado cuando me tuve que ir de Ituango a los 14 años. Supuestamente eso era para pobres, porque mi mamá trabajaba en un cargo público, eso del desplazamiento y del conflicto no era para una clase media. Hice la declaración de víctima muchos años después, fui a la CIDH en Washington y conté lo que me había pasado y todo el mundo en Ituango se me vino encima, decían: “usted no necesita un mercado, cómo dice que es desplazada. Vea, su papá trabajó en Telecom, tiene pensión”. Pero la clase media no va más allá, no entienden, para ellos es una vergüenza ser víctima del conflicto armado. Una de las familias importantes y adineradas de Ituango cayó en una masacre, pero nunca admitieron ni aceptaron que sus muertos se contaran como víctimas del conflicto, porque creen que a la clase alta no le puede pasar eso. Entonces comprendí lo que estaba pasando con esa clase media con la que me choqué y por qué me decían: “usted cómo va decir que ese proyecto no es bueno, si va a traer plata”. Esa clase media, que en el resto del país es pobre, o es clase alta en Ituango, pero en el resto de lugares sería menos que clase media.

Entonces la diferencia en la concepción de la vida que tienen los habitantes de los municipios es enorme, porque también encontré a la gente que le dolía realmente el territorio, que sí le dolía porque vivían de la pesca, que iban al puente pescadero no solo a contemplar la magnitud de un cañón profundo, de un río furioso, sino a pescar y a cazar para sobrevivir. Hidroituango significa cosas distintas para las personas dependiendo de la clase social. La gente no tiene una concepción homogénea del territorio, sino que le duele dependiendo del lugar que tiene en la sociedad. Cuando voy a Ituango, prácticamente me insultan: “esta es la que nos ha hecho tanto daño porque hace y dice cosas que nos hacen quedar mal ante el mundo”.

Cuando en el 2018 llegó la avalancha que provocó Hidroituango, se llevó las casas de bareque, los ranchos y también las casas de tres pisos, en lo que se llama “material”, que son las casas de la gente más adinerada, destruyó los negocios, las ferreterías. Pese a eso, ellos consideran que fue un accidente porque el ocultamiento también falsea la realidad y la acomoda, no puedes vivir con dos concepciones del mundo al mismo tiempo. Ellos no logran resolver esa contradicción a favor del campesino y admitir: “es que me engañaron con el tema del desarrollo”. No, resuelven la contradicción a favor de su historia, de lo que han venido viviendo hace mucho tiempo. ¿Cómo la resuelven?: “no, esto fue un accidente, esto fue la naturaleza”. No van a entender que definitivamente fue programado, que EPM sabía que podía causar este daño tan enorme. Pero ellos no conciben la magnitud del daño y así no puede haber transformación.

El pobre sabe del daño que le han hecho, lo reconoce, sabe quién le ha hecho daño, sabe quiénes son los corruptos, sabe de las relaciones de poder, las concibe, las entiende, pero no tiene el mecanismo para transformar esas realidades porque está en un nivel de sobrevivencia, no puede ocuparse de mucho más que conseguir la comida. En cambio, el que cree que tiene cierta posición social, el que tiene la comida y una casa asegurada, mínimamente, cree que si esos pobres dejan de serlo, está en riesgo su estatus. Ponen una barrera para confrontarse a sí mismos, dicen “no, los muertos son de otra gente, los desaparecidos son de otra gente”, ni siquiera consideran las extorsiones como un delito en el marco del conflicto.

Hubo un momento en el que gente de Ituango me llamó a decirme que yo era una bruja porque había anticipado gran parte de lo que ha sido la tragedia de Hidroituango. Me decían que yo tenía pacto con Satanás porque salí en una radio en enero 2018 y dije: “van a anticipar el llenado, lo van hacer sin permiso, están acelerando la obra, eso va a ocasionar riesgos, hay siete fallas geológicas, la montaña no va aguantar, el río está furioso, el río tiene gran velocidad”. Yo dije cosas por el conocimiento que me ha dado la gente en el territorio, por lo que yo he podido investigar, pero eso no quiere decir que tenga un pacto con el diablo. Pero esa es la loca explicación de la gente, ellos fuerzan los argumentos para que sean coherentes con su lógica y con su realidad. Para ellos es más fácil creer que yo soy una bruja a que las cosas se hicieron mal.

Movimiento Ríos Vivos

La dinámica del conflicto que genera un megaproyecto hidroeléctrico tiene mucho que ver con la geografía de la zona, con la forma del territorio. No es lo mismo si es un cañón, una sabana o una meseta. Con la llegada del proyecto quedó en evidencia que la Empresa asumió como si todos los territorios fueran iguales. Pero ni todos los territorios, ni todas las gentes somos iguales. El territorio afectado por Hidroituango es un cañón profundo que tiene hacia uno de sus lados el Parque Nacional Nudo del Paramillo, uno de los parques naturales nacionales más grandes del país. Este parque tiene miles de hectáreas protegidas en una zona de conservación natural muy importante, ubicada en unos ecosistemas estratégicos para Colombia. Pero este territorio también se vuelve inhóspito, se vuelve el lugar en el que caben todos los actores armados, es estratégico para comunicar el Urabá con Córdoba, para ingresar al centro del país, es una zona por donde entran armas desde las costas, desde el Caribe y el pacífico, por donde sale cocaína. Entonces no sólo es un cañón profundo entre dos cordilleras: la cordillera central y la cordillera occidental, sino que está ubicado estratégicamente y siempre ha estado en disputa por actores al margen de la ley y por el Estado.

En lo que tengo de vida y en lo que conozco, el Estado no ha ejercido dominio en el territorio, tanto que no hay fronteras delimitadas, lo que se ve como una línea recta en el mapa son en realidad montañas muy profundas en la cordillera, es una zona muy difícil, sembrada de minas antipersonales. Antes del proceso de Paz en la Habana el territorio tenía cinco frentes guerrilleros, muchos grupos paramilitares. Además, el Estado ha sido muy débil, sólo hace presencia en lo militar. Han ocurrido 110 masacres, las comunidades se han desplazado por completo hasta siete veces, salen y vuelven, ha habido desplazamientos de cientos de personas, muchísima gente que nunca volvió y otra que nunca se ha querido ir y persiste en el territorio. Entonces es una zona marcada por la conflictividad armada y la disputa territorial. A ese escenario llega el megaproyecto. El movimiento Ríos Vivos del que hago parte nace con un objetivo: la permanencia en el territorio. Lo que percibimos de Hidroituango es que nos quiere sacar del territorio y eso es lo mismo que percibimos del conflicto armado. Porque a otros les interesa esto, pero no para tener la vida que nosotros tenemos aquí sino para otra cosa: para las represas, para la minería. Hay mucha minería de oro y de varios metales, muchísima agua y una biodiversidad inmensa, uno de los bosques supuestamente más protegidos del país, un bosque seco tropical que está en vía de extinción en el planeta y que fue destruido por Hidroituango.

EPM identificó todas esas características: una población arrasada, temerosa, con muchos líderes asesinados. Ahí vio la oportunidad de llegar a un territorio con miedo, en el que la gente está de manera intermitente por la conflictividad armada, la violencia social, política y la persecución a los líderes. En sus cuentas, eso facilitaba la llegada del proyecto porque no hay posibilidad de que tanta gente se queje, proteste, denuncie, reclame sus derechos por esas tierras, sus derechos económicos por sus actividades de caza de pesca, de barequeo, de arriería, de recolección de frutos.

Entonces Hidroituango es eso, es una guerra más, ya no solo contra los humanos, como era el conflicto armado, sino contra los no humanos, contra las montañas, contra el río, contra los animales. No quiere decir que la guerra que conocemos no haya sido contra la naturaleza, si lo ha sido también. Los bombardeos también han dañado las montañas y el río; la coca sembrada también contamina los suelos; los químicos de los laboratorios cocaleros producen contaminación en las aguas, enfermedades en los campesinos. Pero ese daño nunca fue en la magnitud que Hidroituango lo hace con sus retroexcavadoras, bulldozers gigantescos, taladros enormes para las montañas, un muro que atraviesa todo el río. Y tanto es así, que rompe la dimensión de lo que era posible. La gente siempre dijo: “hacer eso es imposible, ese río es furioso, ese río no se deja”. Entonces Hidroituango cambia el plano de lo posible, lo que se creía imposible lo hicieron: rompieron una montaña de más de 2000 metros de altura que se cae a pedazos todo el tiempo.

Para nosotros Hidroituango es otra forma de sacarnos del territorio. Es un proyecto de continuidad porque primero llegan unos grupos armados, luego otros, se van, vuelven: los que no quisieron hacer parte del proceso de La Habana, los disidentes de las FARC, las AUC, las AGC versión moderna y un montón de grupos nuevos, los disidentes de los disidentes, paramilitares se disputan con paramilitares, derivados de guerrillas también. Estos grupos pelean entre sí, se disputan el territorio entre ellos y con el Estado. La llegada de Hidroituango exacerbó la guerra porque el proyecto llegó como un ejercicio de dominación sobre el territorio, se convirtió en otro actor más en disputa y el ejercicio de la fuerza es la obra en sí misma, porque la obra domina al territorio. La obra no es un puente, tiene unos campamentos enormes con miles de obreros, que son un ejército en sí mismos, y además con su propio ejército porque contrata muchas empresas de seguridad privada, y esos hombres están armados para defender el territorio. También hicieron convenios militares con la policía y con el ejército porque sabían que la disputa no era sencilla. Construyen el túnel, el puente, el muro y además bases militares dentro de la misma obra y eso le da un componente militar al proyecto. Entonces finalmente son otro actor armado disputándose ese mismo territorio.

Hidroituango no es un proyecto de generación de energía, es un proyecto de control territorial que puede parecer de generación de energía. Pero lo que hace una hidroeléctrica es controlar el territorio, también lo hace una minera, pero sobre todo una hidroeléctrica porque tiene la capacidad de controlar el sitio específico, toda la cuenca, los afluentes. En cualquier país en guerra, y para todos los ejércitos del mundo, el control de las aguas es fundamental. Una hidroeléctrica lo hace y aparenta tener otro fin: producir energía, pero el control territorial estricto es el más eficiente. Dicen “no, es que estas aguas son para generar energía”, pero el agua sólo accede a los embalses y a los afluentes que ellos digan. Hay una privatización del agua que finalmente es en perjuicio de la población. Los animales antes se acercaban al río, tenían libertad de circulación, hoy todo está monitoreado, hay cámaras, es un control específico sobre la vida cotidiana. Tanto es así, que en el 2012 la población se movilizó y la petición que hizo fue: “avísenos cuando los explosivos son de Hidroituango para diferenciarlos del conflicto, queremos saber“. Y la respuesta fue: “no, no les podemos avisar”. Entonces si le meten una carga de dinamita a la montaña, y no sabes si eso es que hay dos grupos en confrontación, o que está avanzando la obra, no sabes cómo reaccionar ni cómo cuidarte.

El sistema energético en Colombia está centralizado y exige que toda la energía generada vaya a un mismo sitio, incluso la de tu panel solar, la de fuentes muy pequeñas o de microcentrales, no va directamente a la casa de al lado sino a un sistema interconectado, de ahí llega y se distribuye por demanda de acuerdo a la necesidad. Todas las hidroeléctricas tienen un permiso para autogenerar energía, Hay unas con mayor capacidad de autogeneración que otras. Hidroituango tiene mucha capacidad de autogeneración más de la que necesita para la construcción y el funcionamiento de la obra, tiene un permiso más alto que otras hidroeléctricas. No sabemos para qué necesita tanta energía, siempre sospechamos que la energía se destina a otros usos.

El proyecto tiene tres grandes líneas de transmisión, una que va hacia Cerro Matoso, para la explotación minera que están haciendo allá. Otra línea de transmisión va para Medellín, para interconectar las zonas industriales, el área metropolitana y otros municipios cercanos; la otra línea de transmisión se conecta con Hidrosogamoso, que tiene dos vertientes, una para Santurbán y otra que conectan con la ETB de Bogotá; otra línea de transmisión va hacia el Valle del cauca, atraviesa Pereira y toda esa zona de los ingenios azucareros. Siempre nos hemos preguntado si una de esas líneas de transmisión alimentará las zonas donde se pretende hacer fracking pues atraviesan territorios petroleros del país.

La cantidad de energía que produce Hidroituango no la necesita la gente, no la necesita ni siquiera la industria. La Unidad de Planeación minero energética en sus proyecciones, dice que en los mejores escenarios de demanda de energía, Hidroituango no se necesitaría hasta el 2030. Colombia no está industrializada, no consumen grandes cantidades de energía, así los soñadores del desarrollo se empeliculen, es como producir para nada porque en este momento no hay forma de consumir tanta energía. Ni siquiera se consume la que se produce. Dicen que la van a vender, pero la energía pierde potencia entre más distancia alcance. Entonces lo que vemos es que Hidroituango interconecta los intereses económicos y extractivistas, no el sistema de generación y distribución de energía para las comunidades.

Hay mucha discusión en cuanto a la extensión del territorio afectado. Nosotros alegamos que son 27 municipios afectados en cuatro departamentos: Antioquia, Sucre, Bolívar y Córdoba. Ellos dicen que son 12 municipios. En cualquier proyecto, de la definición del área, dependen las comunidades y los ecosistemas afectados. Aquí empezaron con un área de 3.800 hectáreas, después 26 mil y, cuando menos pensamos, ya iban en 300 mil hectáreas. En mayo de 2018 cuando debido a las obras el río se creció y destruyó cientos de viviendas, mató animales y dejó a las familias damnificadas, ya entró en la discusión pública el tema de las zonas afectadas. Algunos expertos aseguraron que la inundación podría llegar hasta Barranquilla, es decir, prácticamente, atravesar el país, y ahí sí diferentes sectores pusieron el grito en el cielo. Es que el río no va a obedecer las órdenes que usted le de, por más poderoso que sea, no funciona así.

Es una barbaridad porque nadie sabe las cifras, el proyecto ha tenido más de 25 modificaciones, y en cada modificación, surge otro proyecto. Saber realmente cuál es el proyecto hidroeléctrico es muy difícil, uno se va a la primera licencia y es completamente distinta a la modificación número doce. Hacer seguimiento por parte de la ciudadanía es literalmente imposible, se necesita un equipo de expertos, un montón de gente que sólo tiene la Empresa. Nadie sabe cuántos somos los afectados ni cuál es el área de impacto ni cuáles son los ecosistemas destruidos o en riesgo, o más bien, lo saben, pero no lo quieren reconocer.

Siempre ha habido por parte de EPM un interés de ocultar el proceso, de hacerlo más difícil. Cuando tienen que dar respuesta, lo hacen en unos términos complicados, hay unos juegos muy brutales con el lenguaje, usan tecnicismos para ponernos mayor distancia y que sepamos que el ingeniero es el que sabe como se comporta ese ecosistema y esa dinámica natural, y no nosotros. No sólo son las cifras y los datos ocultos, sino el tecnicismo para que no se entienda, y eso hace que la gente empiece a rechazar a los profesionales de ciertas áreas, a tener desconfianza, porque en ese lenguaje se esconde una estrategia de manipulación y dominación: “Usted me tiene que creer porque yo le hablo raro”. Pero para ellos no ha sido fácil, si hablan de pescado, los pescadores se paran en la raya y le preguntan: “¿usted qué fue lo que estudió?”, pues la práctica de tantos años y el conocimiento ancestral nunca lo va a superar una teoría ni un profesor. En esos debates que ha dado el pescador, siempre pierde el ingeniero, es un escenario en el que los expertos llevan las de perder, no pueden competir con la experticia real que se tiene sobre el territorio.

Las consecuencias de Hidroituango para el territorio han sido terribles. Primero empezaron los desalojos forzosos, pues no pagaron a las personas ni siquiera lo justo por sus tierras y sus actividades. El bosque desapareció y eso es sumamente doloroso, el daño ambiental, la migración de especies, ver a los animales muertos, lo que le hicieron al bosque: inundarlo, talarlo, a la gente más enamorada del bosque le duele mucho más. Y esa es la otra dimensión del daño de Hidroituango que me decía una compañera víctima de la Masacre del Aro: “cuando Hidroituango inunda es peor que una masacre, es peor que el conflicto, es otro nivel del conflicto, va más allá, porque yo siempre pude volver y ahora no”. Hay un derecho para las víctimas que es el derecho al retorno, está contemplado en toda la normatividad para cuando las cosas estén mejor, pero con los daños ambientales y con situaciones drásticas de cambio en los territorios este derecho se pierde. El desplazamiento ambiental es peor que el desplazamiento por el conflicto porque no tienes opción de retornar, ya no está ese territorio: está inundado, está destruido, está contaminado, ya no puedes volver. Es otro territorio, ya no es el que conocías. Entonces eso es otra escala. Sí, el conflicto armado es terrible, pero hay otra cosa que puede ser peor.

Por ejemplo, con el Covid-19 te obligan a encerrarte en tu casa cuando no tienes casa, cuando el bosque, que era tu refugio, ya no está. Entonces es difícil comunicar lo que sucede porque es tratar de poner muchas capas en la misma piel y esa piel no ha sanado. Está la herida de los desaparecidos, esa herida no se cura, y fue más grande cuando inundaron el lugar donde sabíamos que había cuerpos enterrados, pero perdimos la esperanza de encontrarlos. A esa herida se superponen todas las otras y es cada vez más grande cuando el Estado sigue intentando invisibilizar, de decir que no es cierto, ya habíamos rescatado 159 cadáveres, pero seguía diciendo que no. Esas capas de negación del Estado colombiano son las que más infligen dolor. Le mostramos la evidencia: “mire, eso está mal” y el Estado: “no, eso no es así”. Ese Estado tan obtuso que se niega todo el tiempo a ver, que simula y aparenta, es otra capa sobre la herida. Tenemos un Estado que no conversa y que niega la contundencia de la realidad, lo más evidente. Y así vemos hoy a Hidroituango, no conversa con la gente, nos niega la palabra, nos niega la existencia. El gerente pasado de EPM decía: “no, nosotros no reconocemos a Ríos Vivos”, entonces son las empresas las que reconocen tu existencia.

Por más de que nosotros nos trazamos el objetivo de permanecer en el territorio, la primera parte de ese objetivo era la existencia: tienen que saber que existimos, era muy doloroso decir: “es que nuestro objetivo es existir”. Y eso es un derecho que está en la Constitución y por eso hay un registro de nacimiento, porque hay gente que sencillamente invisibiliza la existencia del otro. Hidroituango siempre decía: “es que allá no hay gente”, y la gente respondía: “¿yo que soy entonces?, estamos aquí y hacemos estas cosas”. Ese lucharse la existencia creo que es algo que no les toca muchos, porque ya lo tienen ganado. En España, en otros países, nadie se está luchando eso tan elemental, porque, de hecho, ya son ciudadanos y existen para este Estado, pero en muchas partes de Colombia no existes.

Matar el río

Movimiento Ríos Vivos

Lo que nos ha dolido más es el río, el dolor más grande es no escucharlo. Ronda la pregunta de si eso que está ahí, sí es el río o es otra cosa. El valor espiritual que se le daba al río está en la cotidianidad, yo me dormía con el sonido del río y con la oscuridad, ya no duermo igual porque el sonido no está y todo está lleno de lámparas por las construcciones que han hecho. Me levantaba con el sonido de los pájaros, de las aves, pero ya no están.

Hemos vivido momentos muy difíciles: los desalojos forzados, el despojo de la tierra; la inundación fue terrible, los animales huyendo, las personas quedaron atrapadas, las viviendas en riesgo de colapsar; después se dio la avalancha, uno de los túneles principales colapsó y generó destrucción aguas abajo: cientos de familias quedaron sin casa, tuvieron que alojarse en albergues y hasta hoy no se reponen de los daños. Sin embargo, en todos esos momentos, el río aún sobrevivía, seguía pasando agua por una parte de los túneles. Ni la inundación ni la avalancha son la concepción de la muerte del río, en cambio, cuando cerraron las compuertas de la hidroeléctrica, se formó la burbuja de aire sobre el agua y ya no pasaba más agua, lo desconectaron por completo, ahí sí hablamos de matar el río. Cerraron el tapón en el túnel, hubo un choque de las aguas que bajan con las aguas que suben, se hizo un remolino, el río se devolvió y en la parte de atrás fue quedando plano. Hay muchos dichos en relación a lo imposible: “cuando el río se devuelva”, en burla de lo que nunca va a suceder, pues eso fue lo que sucedió.

Los peces quedaron muertos en las orillas, se veía el fondo del río, las playas enormes, el olor a muerte porque los peces se descomponen muy rápido. Ahí es donde yo empiezo a escuchar: “ahora si lo mataron”, antes decían: “le han hecho un montón de cosas, pero está furioso, él se defiende”. El río en el Cañón está personificado, la gente habla de que tiene capacidad de decisión, sentimientos, poder sobre los humanos y el territorio: “se está vengando, amaneció bravo, el río como que está triste”. Es como un ser superior con el que se convive y es el que define qué es lo que hay que hacer. Entonces ahí fue cuando comprendimos lo que significa la muerte de un río: es su desconexión. La gente lo narra peor que la avalancha que se llevó las casas, que generó terror, que las personas huían, que hubo alarmas y evacuación. Con el cierre de las compuertas y la sequía del río no hubo evacuación, ni albergues; no destruyó algo material concreto: ni el hospital, ni la caseta comunal, ni los puentes. No, no era eso, pero la sequía del río si fue la muerte, lo otro era un evento catastrófico.

El río Cauca es muy grande y el nivel del agua bajó abruptamente, entonces pasamos de ver el agua a ver el fondo lleno de árboles, de arena, de algas y unas playas inmensas. La gente estaba impresionada porque había zonas en las que el río no se podía pasar por lo furioso, por lo fuerte, por lo difícil, y ahora llegaba a los tobillos. Muchos intentaron salvar los peces, rescatarlos, llevarlos a las ciénagas, pero las ciénagas tampoco tenían agua. Cuando el nivel del agua del río bajó, también bajó el de los afluentes, todo el ecosistema se alteró. La hidroeléctrica se chupó toda el agua de los afluentes que están después del muro, porque el río no es solamente lo que se ve, no, el río es todos sus afluentes, con lo sedimentos, con el bosque, con la gente, con los animales, el agua solo es un componente.

Con la desconexión, el color del río cambió. Al río Cauca siempre le dijeron el patrón mono porque proveía de trabajo libre, sin condiciones, a la hora que fuera. Pero hoy ya no es mono, ya le están diciendo el zarco, porque es clarito. EPM incluso se ufana de haber limpiado el río. Eso es terrible porque el color del río tiene un sentido, esos sedimentos son los que alimentan y fertilizan las playas para la siembra del ñame, del plátano, de todo lo que se siembra cuando bajan los niveles del agua, esas tierras quedaban abonadas con todos esos sedimentos. Pero ahora no son fértiles porque eso sedimentos están atrapados en la represa y además ya no hay como barequear porque los sedimentos arrastraban el oro.

Nosotros tratamos de diferenciar el ambientalismo del ambientalismo popular. La gente lo que ve es que mataron la comida, porque el pescador es un cazador del agua. Los habitantes del territorio cuidan el entorno, conocen el ciclo de reproducción, saben cuándo pueden pescar por ese conocimiento que viene de generación en generación. Entonces la destrucción del ecosistema implica que “mis hijos no van a tener comida, no voy a poder enseñarles a pescar, muy triste ver la muerte de tantos animales, pero también es que esa muerte significa mi propia muerte, yo no voy a tener comida”. Los pescadores intentan pescar, barequear y cazar por qué siempre está esa resistencia a lo que no se eligió ser, lo intentan, pero hay tristeza porque ya no es lo mismo. El cuerpo también ha cambiado, cambia la condición física, la temperatura, se siente la fragilidad y debilidad al no poder ejercer trabajos tan duros como son pescar, cazar, barequear. No tenemos los mismos alimentos de antes, hace mucha falta el pescado y la comida de monte. Cambian el alimento y cambia todo porque el alimento es lo más cotidiano y lo que hace parte de tu cultura. La comida atraviesa la experiencia de lo que considero rico, bueno, saludable, de lo que me hace fuerte y lo que me debilita, por eso cambiar la comida ha sido muy fuerte.

Ahora, despojados de la tierra, del río, del trabajo y de la comida, algunos trabajan a jornal, tratan de vender su fuerza de trabajo donde sea posible, otros montaron negocios. Pero la cotidianidad ha cambiado mucho, el río era su forma de vida y de habitación porque ellos hacían ranchos por dónde iban. Si había subienda de pescado iban con la subienda, no acumulan mucho, hacen una casa de los árboles que ven de tal manera que le entre mucha brisa, se sofocan encerrados, no aguantan, son muy libres, les cuesta estar en el mismo sitio mucho tiempo, ahora no tienen la libertad que tenían antes.

El río está muerto, ya no habla como hablaba antes, su sonido es distinto, ya no lleva a la misma velocidad, ni la brisa, no tiene el mismo color, ya no es proveedor, ya no tiene pescado, como tenían antes en abundancia. Es triste ver el río sin peces, sin fuerza. La gente me dice: “Isabel mire, el río está mal, no dice nada”

3- Las luchas

Fragmento de ilustración de Aileen Posada Calle

Estoy en esta lucha desde el 2008, ya son 11 años. Lo que hicimos fue organizarnos de alguna manera. Inicialmente la gente se juntaba alrededor de las playas del río, fue surgiendo una organización muy natural. Después empezaron los desalojos y, ¿qué hace uno?, protestar, no puede ser que estén desalojando a la gente. Las primeras opciones fueron las protestas, después organizamos una marcha en el 2010 por las calles de Ituango. Tras un desalojo muy violento que hubo en el 2012, en el que quemaron las casas de la gente, tiraron al río sus herramientas y lo que les estorbaba para el proyecto, hicimos un bloqueo para que no pasara la maquinaria. Ahora hacer bloqueos es cada vez más difícil porque el proyecto fue creciendo y expandiéndose entonces tiene varias entradas y su dominio del territorio es mucho mayor.

Siempre insistimos en que no podíamos dejar de un lado la condición de víctimas del conflicto. Cuando en el 2012 paramos la obra, EPM nos dijo: “podemos hablar, pero si no vuelven a mencionar el conflicto”. La Empresa quiso hacer un corte tajante: “esto es una cosa empresarial, hay impactos ambientales, sociales, económicos y culturales, pero nada que ver con el conflicto”. Entonces insistimos todo el tiempo en la relación entre Hidroituango y el conflicto armado, en cómo la hidroeléctrica se beneficia del conflicto armado, es un actor del conflicto armado y lo exacerba.

Nos tuvimos que organizar cada vez más para llevar a cabo las acciones e incluso ir transformando la organización. Primero pensamos que teníamos que concentrarnos en Ituango, que era la población más grande de la zona y que la organización más fuerte tenía que ser ahí. Intentamos crear una sola asociación de afectados por Hidroituango, la montamos, fuimos a firmar como socios, hicimos un montón de cosas para reclamar los derechos y fracasó. No funcionó porque la gente de cada territorio es muy distinta y no podíamos meternos todos en un mismo costal. Caímos en cuenta de que si nos concentrábamos en un solo sitio nos acababan a todos: cuando maten al primero desaparece la organización. Entonces aprendimos que necesitábamos asociaciones dispersas por el territorio, más que una sola asociación grande. Eso fue lo que derivó en muchas asociaciones locales de víctimas y afectados que conforman el movimiento Ríos Vivos.

Culturalmente la gente barequera, pescadora y cazadora no se organiza, no pertenece a juntas de acción comunal, no participa en nada, casi ni habla, la gente es muy callada porque su trabajo es en silencio, entonces es más complejo sostener en el tiempo el proceso, no es la organización campesina típica. Por allá en el 2013 los unos enseñaron hablar a los otros, como haciendo fonomimicas. Les decían: “haga de cuenta que le está hablando al gobernador”, si le iba bien, lo aplaudíamos, y si no, no. Y eso fue creando unos liderazgos que hoy se lanzan y ya no se devuelven, ya luchan por ese derecho y por todos los otros. La gente identifica la coerción, porque eso es lo que pasa cuando rompes esa brecha de “yo no puedo hablar, yo no soy importante, yo no existo. Sí, sí lo soy, sí puedo, ya no defiendo sólo este derecho en concreto, sino todo lo demás”. Eso es lo que no le gustó a las instituciones, el movimiento siempre ha tenido liderazgos colectivos y eso hace más difícil que los interesados contemplen que van a desaparecer la organización. Yo puedo ser más visible pero no voy a una reunión sola nunca y las instituciones siempre piensan: “con qué campesino ir a venir, uno bravo, uno menos bravo, con un niño” … porque los niños también han participado siempre en las asambleas, ellos tienen sus propias asambleas, son muy creativos, les encantan las consignas y protestar.

La dispersión ha sido uno de los problemas más grandes que el Estado ha tenido con nosotros. Siempre nos dijeron: “guerrilleros, aquí no se mueve nada si la guerrilla no les ha dado la orden, ustedes tienen que tener apoyo y financiación”. Nos buscaron por todos lados, sabían a quién llamábamos, cómo nos movíamos, tuvimos una persecución judicial muy grande precisamente por estar concentrados en este territorio. Pero se confundieron al ver que el movimiento se dispersa por diversas zonas categorizadas como paramilitares, como guerrilleras; entre personas y pueblos que nunca se juntaban por la frontera del conflicto armado. El movimiento atraviesa y rompe esas lógicas del conflicto y crea uno solo que adquiere fuerza.

Por eso la organización ha recibido todo tipo de ataques, unos más estructurales, que afectan a todo el movimiento y ataques más sutiles, particulares y difíciles de identificar. Tenemos amenazas para todos los integrantes del movimiento, panfletos: “todo el que sea de Ríos vivos se va a morir”, también intentos de desaparición forzada, asesinatos. Asesinan a personas que no han amenazado, es decir, no necesariamente al que amenazan lo van a matar, y al que no amenazan, no lo van a matar. Es muy difícil de leer, el Gobierno le da medidas de protección al que amenazan y los criminales pueden hacer lo que quieran. Después se vino una segunda generación de ataques dirigidos hacia las familias, para que ejercieran presión sobre los integrantes del movimiento y se retiraran. Asesinaron a seis familiares de los integrantes del movimiento y claro, se sentían culpables del riesgo en el que ponen a sus familias

Han usado el derecho penal en nuestra contra, con capturas, acusaciones de delitos de todo tipo, los que la sociedad más rechaza, que sólo la mera sospecha ya te hace daño. También han saqueado la sede que tenemos, una sede campesina, un refugio humanitario, nos han robado computadores, discos duros, información, videos, fotografías… Más o menos desde el 2012 empezamos a sacar comunicados, creamos un blog que se llamó Debate Hidroituango. El blog sirvió para subir ahí toda la información como una forma de sistematizar un montón de cosas que teníamos y de rescatar un poco el archivo pues subimos lo que va quedando, pero es muy fácil perder lo que no está en internet.

En este momento se están cumpliendo dos años de la tragedia con la avalancha, se cumple el plazo de las demandas por reparación administrativa. EPM sabe que tiene que disuadir a todos los que están demandando. Nosotros estamos en un trabajo enorme de sistematizar, recoger pruebas, estamos haciendo la tarea; y ellos están haciendo la contra-tarea, diciendo: “las demandas se van a demorar años, yo le resuelvo ya con esta plata, fírmeme este contrato de renuncia a sus derechos”.

Actualmente tenemos suspendido nuestro derecho a la protesta. Desde el 2018 cuando el gobernador sacó un decreto que prohibía las protestas en el marco de la emergencia por la avalancha, no hemos podido volver a juntarnos y decir “estamos aquí, estamos haciendo esto juntos y somos un montón, no cuatro personas, como dicen ustedes”, porque todo el tiempo la estrategia de ellos es decir que el movimiento fracasa, que el movimiento no sirve para nada. Supuestamente ya no tenemos alerta roja sino naranja o amarilla, pero no nos permiten reunirnos. Los mayores ataques los recibimos cuando nos reunimos, estamos en una movilización, ahí llegaban las amenazas, los intentos de homicidio, todo juega cuando estamos juntos, entonces el mensaje es claro: “no se junten”.

No quieren que existamos, tenemos ataques directos al nombre de la organización. Un periodista amigo que trabaja en un noticiero local me dijo “Isa es que no dejan que saquemos el nombre de Ríos vivos, puedo contar tu historia, puedo contar lo que les está pasando, pero no puedo mencionar a Ríos vivos. Una vez quedamos en medio del fuego cruzado en una asamblea que estábamos haciendo, y en las noticias reportaron que un grupo de líderes quedó en medio del fuego cruzado, pero no nos nombraron. El nombre adquiere una fuerza identitaria, toda una historia, el solo nombre habla de una lucha.

Nos han discriminado, a los de Ríos Vivos no los dejan entrar a una alcaldía por oponerse al desarrollo, que donde esté Isabel Cristina se acaban todas las reuniones, te hacen sentir la excluida, la escoria, la no deseada. Los defensores del proyecto me declararon persona no grata en Ituango. He recibido todos los ataques de género posibles: “está loca, las mujeres siempre son histéricas, mire cómo se viste, cómo se peina, por qué habla de muertos, si fuera un hombre el líder ya ese problema de Hidroituango se habría resuelto porque las mujeres ponen mucho pereque”.

Nuestro principal logro es estar juntos y permanecer en el tiempo. En los análisis de EPM sobre el territorio era muy difícil que se formara una oposición real y concreta de la gente, más allá de los ambientalistas académicos que escriben sobre los perjuicios de las represas y demás. Tras la manifestación del 2012 dijeron: “eso no les dura un año, les ofrecemos trabajo”, a mi me ofrecieron cargos incluso en la gobernación como manera de transar. Todo el tiempo rondaba el riesgo de desaparecer, hoy todavía dicen: “ya se acabó Ríos vivos, no han vuelto a protestar”. Por eso entre nuestros logros está tener una estructura organizativa y permanecer en el tiempo. Tenemos una lucha por existir y participar en espacios que siempre nos negaron porque nos decían: “es que con Ríos vivos no se habla, no se negocia”, entonces nosotros hemos forzado la negociación y el diálogo, aunque todavía responden con un no.

Hemos logrado que la institucionalidad reconozca el movimiento Ríos Vivos, que sepa que está conformado por asociaciones locales, que no es una ONG, que tiene información al instante, que si tocan a alguien en este momento en Urabá, ahí mismo sabemos todos. Con la avalancha la gente pudo salir porque los de arriba le avisaron a los de abajo que iba el agua, y ese también es un mecanismo de protección con el que el gobierno no contaba. Hemos construido una estructura muy robusta, una estrategia jurídica muy innovadora, con muchos frentes. El movimiento tiene medidas cautelares en derechos absolutamente elementales como el derecho al agua, a la salud, a la alimentación, no las cumplen la mayoría, pero tenemos decisiones judiciales a nuestro favor a pesar del marketing negativo de EPM.

Pedimos que nos reconocieran la legitimidad de defender los ríos de Colombia. Dijeron que eso era absurdo y respondimos: “no, porque nos están diciendo guerrilleros por defender el río, entonces reconózcanos que esto no es un delito, que esto lo debemos hacer todos los colombianos”. Y un juez falló a nuestro favor. El reconocimiento dice que no solo existimos, sino que hacemos lo que debemos hacer, además, que el Estado debe protegernos por hacerlo. No sabemos cómo el Estado va a cumplir esas medidas, pero por lo menos está ahí la decisión judicial y eso es un logro. Entonces ha sido un avance para nosotros y un precedente para muchos movimientos sociales. Hemos sido persistentes y le hemos ido enseñando al Estado y a la institucionalidad que está equivocada.

Hemos conseguido una estrategia de protección muy fuerte, somos uno de los primeros movimientos que tuvo un mecanismo de protección colectiva. El costo político de atacar a un integrante del movimiento Ríos vivos es muy alto, precisamente por el reconocimiento, por los premios que hemos recibido. Desde los primeros ataques siempre pedimos que el mecanismo de protección no fuera para un líder, sino para todo el movimiento. El Estado siempre dijo que no era posible, le mandamos un listado de 800 personas y dijo que estábamos locos. Pero insistimos. Pedimos casas de tapia para la protección contra las balas -porque el Estado instalaba puertas blindadas en casas de bareque- y mulas porque en el territorio hay caminos por donde no pasan vehículos. Nos dijeron que no al principio, pero luego lo hicieron. Siempre hemos insistido en que las medidas deben ser colectivas y acordes al contexto. Hoy, por orden de un juez, tenemos un plan de prevención y protección con medidas políticas y materiales colectivas. Ha sido una pelea muy importante y la hemos ganado, incluso como referencia para otros movimientos.

Nuestro análisis de riesgo es muy alto, nos enfrentamos a una gran empresa en un contexto de conflicto armado, por eso el tema de la protección y de la seguridad es un asunto que no se delega, es un asunto irrenunciable. Buscamos niveles altos de incidencia que desestimulen los ataques, desde miembros de la policía, hasta los que están alrededor de las cadenas criminales. Es una labor desgastante, pero se tiene que mantener en el tiempo. Yo dediqué el 40% de mi trabajo durante más de cinco años sólo a protección y seguridad porque después de que mataron a el primer compañero todos se querían ir, el movimiento iba desaparecer. Sin embargo, nos hemos dado cuenta de que es posible protegernos, incluso en los contextos más difíciles. Tocan a un miembro de Ríos vivos y se nota. Ser líder es un riesgo, pero estar en Ríos vivos también es una forma de protegernos, porque aquí matan a cualquiera por todo. También entendí que para la gente era peor la captura o la desaparición que el asesinato. Resulta que la vida no es lo más sagrado en este contexto, porque morir es muy fácil, y la desaparición o la cárcel tienen una connotación más traumática. Por eso necesitamos abogados todo el tiempo ahí, hacer alianzas con abogados para que nos puedan sacar, y eso no lo tienen todos los ciudadanos, porque un abogado penalista cobra 10 millones de pesos para cualquier delito, eso todos lo sabemos en el territorio porque a la gente la capturan sin motivos, porque sí. Estar en Ríos Vivos también es una garantía de tener a alguien que nos defienda porque no tenemos la plata para eso. Es un logro porque nos desclasifica del estigma de ser guerrilleros o paramilitares por vivir en determinados territorios y nos reclasifica, en el movimiento todos somos defensores de derechos humanos.

Una vez hicimos un evento en Ituango que nunca se había hecho. Pusimos una tarima con micrófono y leí una a una de las masacres que habían perpetuado en el territorio: dónde había sido, el año, el presunto autor. Y me decían: “Isa para qué hace eso”, yo prefiero saber eso que duele tanto a no saberlo, no quiero que eso vuelva a pasar y que no le importe a nadie. Todos decían la van a matar, pero eso fue posible en Ituango y no nos mataron por hacerlo. Diseñamos algo que llamamos los caminos para acceder a la justicia, tenemos trece caminos, porque si tenemos uno solo nos lo taponan. Tenemos muchos atajos para llegar al mismo lugar, y en todos esos caminos tenemos pequeños logros. Hemos hecho varias declaraciones, fuimos a la CIDH a denunciar el desplazamiento forzado por Hidroituango, tenemos una acción de nulidad de la licencia ambiental, en el tema de víctimas nuestro gran logro es haber hecho una audiencia en 2019 con Hidroituango por la Jurisdicción Especial para la Paz y estar ad portas de la primera exhumación de cadáveres después de la inundación. Eso fue impresionante, lograr que EPM esté en la Jurisdicción Especial para la Paz por inundar la zona donde estaban enterrados cuerpos de desaparecidos era impensable porque ellos siempre quisieron separar el conflicto armado de Hidroituango. Gracias a la presión se sacaron 159 cadáveres, hubiéramos querido que fueran más, pero eso no habría sido posible sin la persistencia, sin estar ahí todo el tiempo, así nadie escuchara.

Desde hace un tiempo nos dirigimos a los financiadores del proyecto Hidroituango. Ríos vivos tiene una queja formal con todo su protocolo jurídico ante el Banco Interamericano de Desarrollo que prestó más del 50% del dinero para la obra. Pero además de la queja buscamos aliados y una red de apoyo nacional e internacional de organizaciones de derechos humanos que se dedican a hacerle seguimiento a financiadores. El BID recoge muchos bancos en el mundo, los junta en una bolsa, y hace el préstamo a Hidroituango, nosotros hemos ido a esos bancos en Canadá, en España, en Francia, en Alemania, en Bélgica. Les hemos contado directamente sobre los daños del proyecto, va el mismo pescador, van las personas afectadas y dan su testimonio. Esto fue necesario porque nosotros empezamos a enviar documentos de lo que estaba pasando y los bancos nos enviaban otro documento, enviamos valoraciones de expertos y ellos se enviaban otras, pero nuestros testimonios son incontrovertibles. Hemos hecho giras de incidencia internacional a Naciones Unidas, a Ginebra, a la CIDH en Washington; giras nacionales, regionales, vamos a los organismos de control, a todas las entidades de gobierno va al pescador, las mujeres afectadas. EPM ha tratado de usar el testimonio, le paga mensualidades a casi 100 líderes de la zona para que hablen desde el punto de vista de la Empresa. Pero eso se puede controvertir, el testimonio tiene debilidades y sesgos porque les pagan un sueldo. Pero nosotros sí hemos llegado de manera directa con el testimonio de la gente a los financiadores.

No permitimos que se reemplace la voz de la gente. Eso a sido característico del movimiento, ha sido difícil y hemos tenido problemas porque hay unas ONG que reemplazan la voz de la gente, quieren hablar por nosotros: “voy a ayudar a llevar tu voz, venga, yo le hago todo, cuénteme y yo les digo”. Esa es precisamente la diferencia de una coautoría, que son las dos voces, pero esa lógica de: “voy a hacer un libro sobre ti” también es extractivista. Y nos ha pasado con ONG, todos cometemos errores, van y hablan por la gente, por los afectados de Hidroituango y nosotros ni nos damos cuenta, salen textos que yo vine a conocer mucho después, que no tenían nada que ver con nosotros, y los venden, sacan dinero. Ahora somos más cautelosos y acordamos: “que quede ahí escrito que yo te voy a dar esas entrevistas, pero que no las vas a vender, que lo vamos a publicar y que va a ser abierto, porque si no, estamos hablando de otra cosa, de un negocio. La voz del movimiento, la lleva el movimiento.

No tenemos una red amplia de apoyo y financiación, no trabajamos por proyectos, la dinámica del movimiento es: está pasando esto hoy, no hay comida, entonces tenemos que salir a buscar comida, hay una amenaza grave, tenemos que interponer una tutela, conseguir abogados, mirar cómo protegernos, buscar un refugio donde resguardarnos… nuestro modo de hacer depende de la necesidad y de los problemas que surgen. Desde que nació el movimiento su propósito era resolver cosas puntuales, “Me desalojaron así, por qué me quemaron el rancho, devuélvame el plástico, me dañaste esto, me robaste aquello”, pues los policías se robaban hasta el oro. Y claro, para hacer eso hay que hacer también otras cosas más grandes en política. A mi me gustó siempre dedicarme a lo cotidiano, lo cotidiano es que no nos maten y hay que hacer algo para evitar que eso pase. La transformación debe ser en la vida cotidiana.

Eso ha sido una pelea con otros sectores que insisten en que aspiremos a la política electoral porque si no fracasamos. Pero ese no fue el espíritu del movimiento, el espíritu del movimiento nunca fue llegar a una alcaldía. Le dicen a los líderes que aspiren al concejo, a la asamblea departamental, pero nosotros no tenemos nada que hacer allá. El problema es la política minero-energética nacional, en lo local podemos hacer muy poco, perderíamos el tiempo en esos espacios. Para nosotros la manera de avanzar es si cada familia está mejor, si no le pegan a las compañeras, cosas pequeñas… Si a los abuelos no los dejan sin pañales, porque con el Covid-19 todo está concentrado en comprar comida, se les olvida que la dignidad atraviesa unas cosas chiquitas, si los ancianos no tienen pañales, es un ataque a su dignidad. Si uno no transforma las cosas pequeñas no puede transformar nada.

El movimiento le ha mostrado al país el daño que hace una represa al río. Hace mucho tiempo vienen haciendo eso y el país no lo conocía porque la estrategia mediática de las empresas es muy fuerte para vender su idea. Sin embargo, la contundencia de lo que ha ocurrido en Ituango, más la persistencia nuestra y las voces que han salido a contar lo que pasa, han hecho posible que se sepa lo que significa realmente la tragedia de matar un río. En el momento de la tragedia de la avalancha, ahí si Caracol Televisión fue a buscar a los que eran, ya no habló con la Empresa porque era muy contundente lo ocurrido.

El principal logro para mí es ver a la gente defendiendo sus derechos, ver a un compañero que conocí hace años y que no decía una palabra, darle un debate a un alcalde, a un funcionario; o una compañera que estaba siendo maltratada por su marido y verla hoy con la nueva pareja, con una nueva vida, contenta, valorándose. Eso es lograr que la lucha se meta en tu vida íntima y ya de ahí no se sale, ya no les vuelven a pegar, y lo mismo con otros compañeros, ya hay unas líneas que se trazan. Eso es más importante, el compañero se puede ir del movimiento, pero ya es un líder y no le pasan por encima.

Nunca me imaginé ser líder, esto sí me cambió completamente. Yo no hablaba en público de chiquita, salía hacer las exposiciones orales con las manos atrás, me orinaba del susto. Ya no, son un montón de años en la lucha. La rabia y el movimiento me transformaron, todos estos aprendizajes los obtuve en el camino con los otros compañeros. Creo que ninguna lucha tiene un inicio real, tiene momentos que son el acumulado de un montón de emociones, de sentimientos que están ahí y que yo considero que son los que mueven al mundo. Al mundo no lo mueve ni la ciencia, ni los medios, sino las emociones y los sentimientos, uno los tiene ahí, salen en determinado momento y generan cosas. Uno no elige ni siquiera que guarda o que deja. Tengo momentos de mucha rabia, de mucho dolor que fueron provocando hacer cosas, decir cosas… encontrarme con otros que también tenían rabia, que tenían dolor, con otros que querían hablar, y eso fue lo que conformó Ríos Vivos.

Yo ya no me imagino ya mi vida sin el movimiento. Creo que el sacrificio es personal porque es mucho tiempo invertido, la economía también se ve afectada pues es un trabajo no remunerado. Yo antes ponía de mi salario, empecé poniendo el 30% para la lucha, después pasé al 50% y después dejé de trabajar y me dediqué sólo al movimiento. Entonces sí es un sacrificio muy grande dejarlo todo: lo que pensabas, la casa, la tierra, el posgrado… yo inicié una maestría en historia, pero nunca la pude terminar porque no tenía tiempo. Quería ser historiadora, estudiar, escribir, tener más tiempo, quería ser otro montón de cosas, pero tuve que dejar a un lado otros proyectos que alguna vez tuve en mente. Esas cosas, sin embargo, ya no tienen mucho sentido para mi porque no sé como van a cambiar la realidad, no sé cómo van a ayudar, pienso que me van a hacer perder tiempo, porque tengo que buscar comida o pelear con el policía que agredió a alguien.

La lucha también genera otras críticas a ese mundo de la academia, a las metodologías de historiografía, además te hacen pensar en otras maneras de crear historia. En una temporada estuvimos con más o menos 500 personas del movimiento refugiados en la Universidad de Antioquia y lo que encontré fue el señalamiento permanente de la gente de la Universidad, los líderes estudiantiles de izquierda me decían que yo no tenía experiencia y me decían lo que tenía que hacer. Todos los sectores eran jalando y diciendo cómo se hace un movimiento social, como si existieran fórmulas, y eso también me formó mucho a mi y me desencantó, porque yo tenía unos referentes de lucha desde una perspectiva política o de la otra, pero cuando uno va a generar una revolución desde lo micro se caen esos referentes teóricos.

Mi trabajo implica a muchos otros y esa es una responsabilidad mayor. No sólo tienes que decidir por ti misma, sino que cualquier cosa que digas o hagas mal, tus equivocaciones, tienen consecuencias. En mi trabajo está en juego todo el tiempo la vida y la sobrevivencia, no sólo la mía sino la de mucha gente. Con la Covid-19 hay que pensar otro montón de cosas en los territorios: la avalancha se llevó el puesto de salud y la gente entra en pánico. Una pandemia en medio de un megaproyecto sin ni siquiera un hospital, la comida no llega, los grupos armados son los que controlan que la gente no salga de las casas. Entonces todo el tiempo estoy haciendo cosas, no te da la vida para detenerte, no te da un respiro porque la realidad es así de agobiante. Yo me comprometo a hacer una tarea, a recoger más de 500 poderes a los abogados porque van a depender de eso, me toca caminarme tantos territorios, entonces lo hago por disciplina, me pongo metas, horarios, porque el trabajo es voluntario pero no se puede hacer de cualquier manera, las cosas sin disciplina no avanzan. Se necesita tiempo, trabajo, disciplina. Yo creo que eso les falta a los movimientos sociales en Colombia.

Seguimos en la lucha, siempre hemos dicho que lo que se debe hacer es liberar el río, desmantelar la hidroeléctrica de manera controlada, que abran las compuertas ya, que habiliten túneles de descarga intermedia, de descarga de fondo. Hidroituango siempre va a representar un riesgo. Para EPM es imposible desmantelar la represa, para ellos es perder demasiada plata, no porque no sea realmente posible, pues sí hay casos de desmantelamiento de represas en el mundo, medianas, pequeñas, no tan grandes, es cierto. Pero hay casos en Estados Unidos y el ecosistema se recuperó, incluso fue más productivo con los salmones. Pensando no sólo en los ecosistemas y en las comunidades, sino en términos económicos, que es lo que a ellos les interesa, daba más plata los salmones que la misma generación de energía. Entonces sí se puede hacer. De todos modos, nosotros pensamos que el cañón es el que decide y es el que tiene sus propios tiempos, sus propias dinámicas, el río hace parte del cañón, todos esos temblores, todas esas manifestaciones, esas caídas de tierra… son su propia decisión. Una cosa es lo que decida el humano, los humanos que no tenemos poder, los humanos que tienen poder, y otra cosa es lo que decida la naturaleza.

4-Imaginación

Fragmento de ilustración de Aileen Posada Calle

En la mañana, antes de abrir los ojos, trato de hacer el ejercicio de imaginar, sólo cinco cosas que cambien, para no perder esa capacidad en medio de todo lo que pasa durante el día, de las noticias terribles, de todo lo que hay que hacer. Imagino, no algo redondo y formado, sino cosas pequeñas, ideas dispersas que de alguna manera se juntaran: que todos los compañeros encuentren a una persona que los acompañe en su vida sin que se hagan daño, y que eso ya puede transformar la sociedad, frenar esa guerra interna que tenemos en las casas, además de la guerra de afuera. Imagino que el refugio que tenemos en Ituango lo podamos transformar con producción agroecológica, con generación de energía descentralizada, que algún día el gobierno nos apoye con una forma de producción de alimentos limpia, que empecemos con una finca pequeña y luego otras y otras. Que la gente pueda comer más sano, que haya menos animales sufriendo, menos perritos en la calle…

Ya cuando pienso en la crisis civilizatoria, no en el pequeño lugar en el que estamos, sino en toda esa conexión planetaria, creo que no hay posibilidades de una transición lenta a otro modelo energético o de desarrollo porque no hay tiempo, no hay posibilidades de transitar de lo uno a lo otro. Necesitamos un cambio radical porque sino no hay posibilidades de vida en el planeta, las fórmulas de “transición” no contemplan la gravedad de la situación. Lo “alternativo” siempre va a sacrificar a otros, y entre esos otros, estamos nosotros. Nos dicen que hay que cambiar el modelo de producción basado en los hidrocarburos por uno sostenible y, según su visión, dentro de lo sostenible y renovable están las hidroeléctricas. El agua supuestamente es renovable, nosotros creemos que eso no es cierto, el agua tiene un ciclo, es finita, los ríos atmosféricos se relacionan con los ríos superficiales y con los ríos que hay al interior de la tierra, todo se conecta y es una misma agua. Nos dicen: “no, mire, la solución es la energía fotovoltaica, los carros eléctricos”, ¿de dónde sale esa solución? pues de sacrificar otras comunidades porque el litio sale de la minería y termina afectando a otros, de la energía eléctrica que nos jode a las comunidades con represas. Entonces no es ningún cambio, es simplemente dejar de joder a unos para joder a otros, pero no es realmente una transformación.

Imaginar un mundo sin petróleo es muy difícil, así como un mundo sin energía de esta que conocemos, pero yo estoy segura de que es posible, mucha gente lo está haciendo. Es necesario enfrentar la centralización y el monopolio en la generación de energía, con tantas formas de generar energía que hay: con biogás, incluso, la humana, no es difícil producir energía para una licuadora o para una lavadora con una bicicleta. Todas las fórmulas medias, esas de: “no hay que ser tan radical, Isa, porque ustedes son radicales”, lo que hacen es joder a otros. No creo que haya otro modelo de desarrollo posible, hay otro mundo posible, ese mundo posible no es con los parámetros que tenemos en este momento. No puede existir el capitalismo. El capitalismo no es compatible con la vida.

Si no hay un cambio radical, no hay opción, mi esperanza es un cambio radical, yo me sueño un mundo en el que cambie todo, porque todo está mal. Lo poquito bonito es así, chiquito, disperso en el mundo, gente muy linda que hace unas cosas maravillosas en muchos países, recreando su mundo en espacios pequeños con una presión enorme de afuera, de los gobiernos, de otras comunidades, pero construyendo su mundo. Tengo esperanza. Hay gente muy bonita. De dónde sale esta señora, mirá lo que está haciendo, un abuelo que no es nada con ella, va y lo visita todos los días, le lleva su comida. Cómo no va a haber esperanza en un país con gente tan linda. Hay gente en el Cañón que se ha dedicado a cuidar las guacamayas que quedaron. Hay que juntar esa gente linda, hay que darle potencia a eso que hacen, ayudarle a esa señora con su dedicación todos los días, decirle a otro que le mande los pañales, ella no puede. Cómo no va a haber esperanza con tanto conocimiento, con tanta diversidad, somos tantos, tan distintos, todos aportamos a esa diferencia. Ahí tienen que crecer cosas muy bonitas, porque somos semillas de muchos tipos.

Muchos compañeros son indígenas, pero todo el proceso de aculturación ha hecho que sientan vergüenza de ser indígenas, entonces hay que arrebatar esa vergüenza que nos han hecho sentir. Tengo esperanza porque he demostrado con mi propio trabajo y con el trabajo del movimiento que cuando uno se propone hacer cosas, aun en los contextos más difíciles, lo logra. Lo hicimos nosotros que no tenemos ni plata ni herramientas, somos tres profesionales en Ríos vivos, el resto, la mayoría no sabe leer y escribir. Pero también conozco al ser humano, es como todos los animales, “sálvese quien pueda”, y eso lo hacemos todos los animales, en situaciones difíciles cada uno agarra por su lado y como puede. Creo que el problema se soluciona quitándose la máscara y sabiendo a qué nos tenemos que enfrentar. Los que hemos trabajado en esas situaciones de catástrofes, derrumbes, volcanes, dramas de esas magnitudes, sabemos qué es lo que pasa con el humano. En medio de esas situaciones surge el animal, y eso también es bello, ojalá fuéramos más animales para proteger lo básico, porque los animales no dañan el agua, no dañan el bosque, pero no se dejan matar.

Yo tengo esperanza de que el mundo entienda que las fronteras son una falacia. Creo que lo que conocemos como Estado y como contrato social debe desaparecer. Y a la gente le da mucho miedo siquiera pensar en eso. El Estado no tiene sentido si no logra proteger a su gente. En Colombia la demostración de que no nos han protegido es evidente: no hay servicios de salud, a la gente la matan en cualquier lugar, la desaparecen todo el tiempo, el crimen organizado se toma el país, es el que impone las normas, entonces para qué sirve un Estado que no protege a los ciudadanos, ¿en qué queda un contrato social?, para qué entregar las libertades si no me devuelven protección, ni siquiera seguridad alimentaria. La pandemia desveló la falacia de las fronteras, las fronteras no existen, eso lo hemos dicho los ambientalistas hace tiempo. No es que el río Cauca cuando entra en Antioquia es de Antioquia, no, el río es de la cordillera central, de la occidental, al río no le importa por que territorio va ni si es jurisdicción de fulanito. Eso no le importa ni a las montañas, ni a los ríos, ni a la atmósfera, eso es una invención humana. Y eso no lo pueden entender los Estados que dicen “yo llego hasta aquí”, pero así no funciona.

Las ciudades y la concentración poblacional son un problema planetario, la gente no puede estar concentrada porque genera demasiadas demandas de energía, de alimentos, de bienes, de servicios, genera problemas sociales inmensos. Hay que volver a la tierra y a la dispersión poblacional para no generar esa demanda tan grande. La ciudad produce cosas que están contra la vida, que no son necesarias. Es que estar juntas 200 familias no es un problema, pero 1 millón, 12 millones, 20 millones, 22 millones como Sao Paulo, Ciudad de México o Bogotá, sí.

En cambio, en el campo casi todo lo que se produce se necesita, muy pocas cosas no, salvo los monocultivos, que no son necesarios en esa magnitud. Pero hasta la palma de cera se necesitaría si fuera una o dos, no miles; o cultivos que son muy dañinos, como la caña de azúcar, que seca todas las fuentes hídricas, la caña la necesitamos porque es un dulce maravilloso, sin la aguapanela un campesino no vive, pero no en esas dimensiones. Es un tema de escala, como la minería y como muchas otras cosas.

Me angustia que para intentar recuperarse de la recesión que deja el

Covid-19 se intensifique la actividad económica y acelere el calentamiento global. Le dimos una pausa al planeta, pero en Colombia, por ejemplo, el decreto con las excepciones a la actividad económica conservó todo lo extractivista: la posibilidad de que continúen las hidroeléctricas, las mineras, los pozos petroleros, el dragado de los ríos. Colombia no ha parado realmente, eso muestra su activismo puro y duro. Hay demasiada protección a esos sectores que están acabando con el planeta.

Me imagino otra forma de habitar este planeta y para eso se necesita equidad. Que no haya clases sociales, que haya dignidad, eso transformaría nuestra forma de vivir. El que consume más, contamina más, consumir implica un impacto para otros, entonces no todos somos iguales, tenemos que empezar a dignificar ahora al que recoge la basura, al reciclador, al que está vendiendo las cosas en la calle. Pero esta situación de desigualdad lastimosamente no lo transforma un virus, por más duro que sea, ni una guerra, no, la transforma una crisis por el calentamiento global, situaciones realmente adversas. El mar está dejando sin territorio a mucha gente, a ciudades enteras, de eso se habla poco, los polos están liberando unas bacterias guardadas por miles de años, el sol refracta sobre la nieve, eso tiene unas consecuencias terribles para muchísimas especies, incluida la humana.

Ilustración Aileen Calle Posada

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